jueves, 18 de julio de 2013

Vidas paralelas

Si un árbol se cae en medio del bosque y nadie lo oye, ¿hace ruido?
El otro día me dio por reflexionar sobre este viejo dilema filosófico. En mi juventud, cuando lo escuché por primera vez, mi respuesta hubiera sido un sí. Me chocaba incluso que alguien lo pusiera en duda, pues un hecho es un hecho independientemente de si tiene o no testigos.

Ahora mi opinión es otra.

Una vez me sorprendió comprobar la cantidad de películas de las que no era siquiera consciente (y no estoy hablando de un oscuro producto de la industria cinematográfica coreana, sino de obras con directores y actores bien conocidos que por lo que sea no han llegado a mis oídos). Si no veo una película, aunque exista potencialmente “ahí fuera”, no tiene ningún impacto en mi vida y, por lo tanto, no existe (para mí). Lo mismo se podría decir de libros, obras de arte, acontecimientos, personas, etc.

El asunto del árbol enlaza con cuestiones fascinantes acerca de la naturaleza de la realidad. ¿Existe una realidad objetiva? ¿Es posible un universo material “ahí afuera” si no hay seres conscientes de él? Hay quien puede decirme, evitando las implicaciones más trascendentales, que la respuesta dependerá de cómo definamos el sonido: el árbol no hace ruido cuando lo entendemos como la sensación producida en el oído por el movimiento del aire; sí lo hace cuando consideramos el sonido la vibración mecánica transmitida por un medio elástico.

viernes, 5 de julio de 2013

Cada uno a lo suyo


No voy a descubrir nada nuevo si digo que, en este ciclo de cambios relacionados con el mundo digital, los distintos estamentos dentro de la industria editorial han reaccionado, sobre todo en nuestro país, de forma básicamente conservadora. Desde los primeros “el libro electrónico nunca llegará al gran público” hasta los todavía presentes “la cultura está solo en el papel”, el comportamiento de muchos profesionales del medio podría definirse como “Virgencita, que me quede como estoy”.

Siempre he tenido claro que aquí cada uno pelea por lo suyo: los editores “de toda la vida” por el negocio que conocen y controlan, las librerías por el producto que les da de comer, los distribuidores por su modo de vida y los nuevos, pequeños e independientes por nuestro hueco, descuidado por el resto. Es totalmente legítimo defender lo tuyo, aunque en este caso, me temo, está siendo a costa de no ser capaces de mantener el puesto (o adaptarse a otro) en la realidad cambiante que tenemos, pero lo que, en mi opinión, no tiene cabida es el ataque como defensa, la denigración de lo otro como validación de lo propio, la posición elitista que muchos se adjudican para justificar su ignorancia y su incapacidad para entender no ya el futuro sino el mismo presente.

El colmo de esta actitud es cuando se termina atacando al cliente, ese que hace posible el negocio, culpándolo de tus propios errores, acusándolo de ignorancia porque no le gusta lo que ofreces. Eso me parece pura y simple estupidez.