jueves, 25 de septiembre de 2014

Entrevista a Maia Losch, autora de "Allí donde el viento espera"

No sé a vosotros pero a mí me encanta conocer todo lo que puedo sobre mis autores favoritos, en especial en lo que tiene que ver con la escritura y sus aficiones, así que hoy os traigo esta minientrevista a Maia Losch, la autora de Allí donde el viento espera, por si sois igual de curiosos que yo.


—¿Cuándo empezaste a escribir?

A los ocho años. Mi historia en cuanto a este tema se podría dividir en dos etapas: de los ocho a los veintiuno-veintidós, y de los treintaisiete hasta ahora, que tengo cuarenta y tres. En el intermedio no leí ni escribí casi nada. Hubo una fuerte negación de mi parte, supongo. También fue una época de mucha actividad en el área familiar, laboral. Se me hacía imposible combinarlo todo. Y estaba también la necesidad de aprender un nuevo idioma, el hebreo, para adaptarme a mi nueva vida. 

—¿Por qué crees que escribes?

No lo sé muy bien. He de ser masoquista.

—¿Buscaste mucho antes de dar con Sinerrata?

Sí. Envié mi manuscrito y cartas de presentación a varias docenas de editoriales y agentes. La mayoría ni siquiera se molestó en responderme. Cuando di con Sinerrata me estaba planteando seriamente vender mi libro por Amazon, autopublicarme. Había leído bastante al respecto. Tenía también la opción de trabajar con un agente israelí pero la propuesta era la coedición y no me terminaba de convencer. Cuando Amalia me propuso publicar mi novela, me sentí muy afortunada. Además, algo que Amalia no sabe es que su respuesta llegó el mismo día de mi cumpleaños.

—¿Qué historias te gustaría contar?

Todas las que vayan surgiendo, no es algo que tenga aún muy claro. Hay muchos temas que me resultan interesantes. Incluso Allí donde el viento espera, si me preguntas de qué se trata, cuál es la historia, no te sabría responder con claridad pues, a mi parecer (y esto habría que preguntárselo a Amalia quizá), yo creo que hay allí reunidas varias historias en un mismo libro. No sé si es correcto, si esto cumple con las reglas.

Es probable que mi respuesta dé lugar a confusiones, a que el lector crea que no pensé acerca de lo que estaba escribiendo mientras desarrollaba el libro o que no me planteé preguntas y esto no es así. Cada frase es la respuesta no a una sino a varias preguntas, pero no necesariamente referentes a la historia sino al personaje, a la forma. Realmente creo que no hace falta definirlo todo cuando hablamos de creación. Uno escribe. No siempre sabe muy bien por qué, para quién o de qué. Lo cierto es que no me interesa tampoco cumplir con todas las reglas cuando escribo.

—¿Qué haces mientras escribes?

Suelo ser muy dispersa y hacer varias pausas. En esas pausas respondo mails, busco información que me pueda servir para lo que estoy escribiendo en ese momento, apunto datos que me parezcan interesantes como para utilizar en algún cuento futuro o simplemente pienso en cómo continuar la historia en la que estoy trabajando. Y tomo café. 

—¿Tienes algún ritual mientras escribes?

No sé si se puede considerar un ritual pero siempre apoyo las piernas sobre la silla que tengo en diagonal a la mesa sobre la que escribo, que es la del salón. Lamentablemente, no tengo aún esa "habitación propia" de la que hablaba Virginia Woolf.

—¿Cómo es un día normal en tu vida?

Me levanto a las siete de la mañana, preparo el desayuno de mis dos hijos y jamás me voy a dormir sin leer antes. Todo lo demás es flexible y depende del trabajo de turno. He intentado ser solo escritora pero por el momento resulta imposible. Así que, en los últimos años he tenido trabajos parciales e inestables sin horarios fijos. He intentado acomodar mi vida alrededor de mi familia y la escritura. Lo demás, cambia bastante seguido.

—¿En qué se te pueden pasar las horas sin que te des cuenta?

Escribiendo.

—¿Qué haces cuando estás estresada?

Fumo.

—¿Tu música preferida?

Jazz y blues.

—¿Películas que te hayan gustado este año?

Maleficent, Pride. La verdad es este año he ido más al cine a ver películas para niños que para adultos. Tengo una lista de películas y libros pendientes que en lugar de disminuir, cada año va en aumento.

—¿Películas para volver a ver?

Citizen Kane, 12 Angry men, Blade Runner, Cinema Paradiso, Le Havre, The concert, The untouchables, Wings of desire, 4 hours from Paris, Leonera, Saving Grace, The band's visit y muchas más cuyo nombre no me viene ahora a la cabeza.

—¿Eres seriéfila? ¿Tus preferidas de este año?

No. Siempre prefiero leer que ver series. El día tiene 24 horas de las cuales intento dormir 7 y bueno…

—¿Tus recuerdos de escritura: momentos que escribías, leías a lo largo de tu vida y que son memorables?

En el primer periodo escribía mayormente durante las noches, en cuadernos con espirales. Escribía con birome. Cuentos, poemas y llevaba un diario. Nada de eso existe ya. Recuerdo el día en que quemé todo aquello.

En cuanto a momentos memorables de lectura, durante mi adolescencia. Aún puedo verme recostada o sentada en mi cama y leyendo sin poder detenerme. Estaba en otro mundo.

—¿Mientras escribes qué sueles beber?

Café.

—Imagina un árbol genealógico típico. E imagina que en lugar de personas son libros. ¿Cómo lo completarías? Libros madre, padre, hermano, hermana y abuelos...

Los enamoramientos, de Javier Marías: mi marido. 
Vamos a calentar el sol, de José mauro de Vasconcelos: mis hijos.
Una habitación propia, de Virginia Woolf: yo.

Historia de amor y oscuridad, de Amos Oz: es mi padre.
Piedra por piedra, de Batya Gur: mi madre.
Crimen y castigo, de Dostoievski: mi hermano.

Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas: mi abuela paterna.
Cumbres borrascosas, de Emily Brontë: mi abuela materna.
Errata, el examen de una vida, de George Steiner: mi abuelo paterno.
La memoria de la piel, de David Grossman: mi abuelo materno.

No tengo la menor idea del porqué de esta elección. 

viernes, 19 de septiembre de 2014

Las bibliotecas del futuro: demasiadas incógnitas

Me encantaría dedicar un artículo a hacer vaticinios, a aportar algo de claridad sobre cuál puede ser el futuro de las bibliotecas. Pero me temo que como casi todo el mundo, no tengo más que dudas. A esta sensación hay que sumar una endeble certeza: la de que las decisiones que se tomen "desde arriba" pueden hacer que, digitales o no, las bibliotecas del futuro mantengan más o menos su propósito actual, que no lo hagan, o que desaparezcan. Estoy pensando, reconozco, más en las bibliotecas de ciudades y barrios, que en las de las universidades, institutos tecnológicos u otros centros del saber, de cuyo futuro no tengo dudas. La primera pregunta que me hago es si hay gente interesada en fulminar el modelo actual, las bibliotecas de barrio tal y como las conocemos, basado en el préstamo de libros en papel. El nuevo canon a las bibliotecas públicas, que al parecer no apoya casi nadie, supone, de facto, que las bibliotecas tengan que pagar dos veces por cada libro, al adquirirlo, y esta tasa, que sería mayor cuantos más socios tenga la biblioteca. Bueno, un inciso, algunos como CEDRO no lo apoyan simple y llanamente porque pensaban sacar una mayor tajada de este asunto. Yo considero que es una de esas medidas pan-para-hoy-hambre-para-mañana.

La segunda pregunta se la hace mucha gente: ¿las bibliotecas del futuro serán digitales? En este caso pienso que es una pregunta innnecesaria. La realidad, las necesidades, (y me temo que las decisiones arbitrarias de unos y otros), irán marcando el ritmo de esta hipotética transformación. Si he de mojarme diría que en las bibliotecas "normales", que se nutren de todo tipo de libros, el cambio será lento, con predominio del papel durante muchos años, y la introducción paulatina de las nuevas tecnologías. Mientras que en las librería universitarias, que se nutren de libro técnico, creo, intuyo, que la transformación se irá acelerando, y que se tenderá a trabajar en red, a compartir materiales y conocimiento, y a que haya más espacio para la consulta y el estudio, y menos para el papel. Estos días ha circulado por la red la noticia de la inauguración de una biblioteca (técnica) sin libros. Se ha dicho que es la primera, cuando no lo es, y se ha jugado al despiste con la redacción de las noticias, ya que en algunos casos daba la impresión de que el hecho de que no tuviera libros de debía a un error de Calatrava, que bueno, no es que piense demasiado en los usuarios de los edificios que diseña, pero no creo que llegue hasta ese punto.

No acaban aquí ni las noticias, ni las preguntas. En Xataka nos cuentan una polémica que llega desde Alemania. El Tribunal Europeo de Justicia ha dictaminado que las bibliotecas podrán digitalizar obras sin el permiso de los editores; eso sí, remiten al cumplimiento de las legislaciones locales. Aunque la polémica, aclara el artículo de Xataka, estriba más en el hipotético derecho de copia que en el de consulta: ¿puedes llevarte toda la obra en un pendrive?, ¿puedes imprimirla? Simplemente hay cosas que están pendientes de ser reguladas, como en su momento se reguló qué porcentaje de un libro en papel puedes fotocopiar (ignoro cómo está ahora mismo ese tema).

La cuarta y última pregunta es para mí la más importante. De acuerdo, las bibliotecas van a ser, al menos en parte, digitales, ¿cómo regulamos el derecho a lectura o consulta? En Diario Turing nos hablan de EBiblio, la plataforma que va a gestionar el préstamo de e-books en España. Nos cuentan que va a haber dispositivos que se van a quedar fuera, los Kindle de Amazon, por incompatibilidad del DRM. Nos cuentan que la gestión de la plataforma recae en Libranda, (era bastante previsible). Y sobre todo nos cuentan que hablamos tan solo de 200.000 licencias pagadas, y de 1.500 títulos a disposición de los lectores en formato e-book. El número de libros está claro que es pequeño, y el de las licencias también lo es, si nos paramos a analizar que tienen limitaciones de diversos tipos (20 meses de duración o 28 lecturas cada una de ellas). Yo entiendo que las plataformas y las editoriales busquen rentabilizar su trabajo, en ello estamos todos, pero creo que poner en marcha un sistema de bibliotecas públicas, y que la primera piedra sea cómo rentabilizamos cada lectura, me parece que ya de entrada lastra todo el modelo y el desarrollo, y que nos llevará a un servicio muy deficiente, o a unos costes para mejorar el sistema inasumibles por las administraciones. De nuevo, como en la primera pregunta, pan-para-hoy-hambre-para-mañana.

jueves, 11 de septiembre de 2014

La piratería (desde el punto de vista de un autor)


Cuando pagar por la cultura es asegurarse de que se continúa produciendo

Voy apenas a abordar un tema tan espinoso como complejo. Levanta ampollas y afecta a obras de distintos tipos (música, literatura, cine, programas informáticos, videojuegos, programas audiovisuales), pero aquí me voy a centrar sobre todo en mi (limitada) perspectiva y experiencia personal como escritora. No pretendo hablar por todos los artistas y profesionales ligados a las industrias mencionadas. Aunque no lo parezca, estoy tratando de ser breve.

Uno de los temas que mis alumnos de bachillerato tenían que considerar era la piratería. Ni ellos ni yo misma nos habíamos parado a considerar todas las implicaciones. La mayoría no creía que bajarse una canción o una película de Internet, algo tan habitual, supusiera un problema y reaccionaban de las formas más graciosas cuando empezaban a darse cuenta de por qué suponía un delito. Muchos de nosotros actuamos por mera ignorancia y hemos creado una cultura de no pagar por la cultura, inconscientes de las consecuencias fatales que eso acarrea.

El mes pasado me hicieron partícipe, a través de Facebook, de la lucha de una serie de autores cuyas obras (las mías incluidas) se estaban vendiendo a través de una página no autorizada. Una de las escritoras apuntaba además que el precio de venta que le habían puesto esos piratas a su novela era superior al precio por el que estaba disponible de forma legal en Amazon.


Según la UNESCO, la piratería consistía tradicionalmente en la reproducción y distribución no autorizadas, a escala comercial o con propósitos comerciales, de ejemplares físicos de obras protegidas. No obstante, el rápido desarrollo de Internet y la utilización masiva en línea, no autorizada, de contenidos protegidos, en la que con frecuencia no existe el elemento “comercial”, han suscitado un intenso debate. La cuestión acerca de si dicho uso es un acto de “piratería” y si se debe abordar de la misma manera que la piratería tradicional, constituye el eje del debate actual sobre el derecho de autor. Están surgiendo distintos puntos de vista, a menudo divergentes, y las respuestas a la cuestión difieren de un país a otro.

Hay quien se resiste con toda razón al término "piratería" porque resulta discutible que “te roben algo”. Si alguien me roba la cartera, me quedo sin ella, lo que no ocurre si alguien se descarga mis libros de forma ilegal. Tampoco quiere decir que haya perdido una venta, pues esa persona puede que jamás hubiera pagado por mi novela. Sinerrata, además, se separa de aquellas estrategias editoriales que pretenden combatir este fenómeno con sistemas de protección (de muy dudosa eficacia) que criminalizan al usuario con el empleo de DRM, por poner un ejemplo. 

En busca del mecenas perdido

El lector medio desconoce la cantidad de trabajo que se encuentra detrás de un libro. Yo tampoco lo sospechaba antes de empezar publicar. Para el escritor, se trata de meses de dedicación (dos-tres años largos por novela, en mi caso). A eso se le añade la labor del editor, correctores varios, portadista, maquetador… En este magnífico artículo, el escritor Javier Pellicer lo explica muy bien. Este es un trabajo que existe con independencia de que se trate de un libro en papel o en formato digital. Puedo asegurar que sinerrata, la editorial que ha publicado tres de mis novelas, se ha esforzado al máximo para proporcionar libros electrónicos cuidados en extremo y a un precio más que razonable.

¿Es una cuestión de precio? Mis novelas se venden a menos de cinco euros. Como lectora, diría que es un precio más que ajustado por las horas de entretenimiento que proporcionan. Me alegra mucho que el catálogo de sinerrata se ofrezca de forma gratuita a través de la plataforma 24symbols, de modo que quien desee leerlo no se encuentra en posesión de una excusa válida para delinquir. Como señalaba, muchos de nosotros actuamos por puro desconocimiento. No creo que el lector medio tenga conciencia de lo que supone descargar ilegalmente un libro en lugar de comprarlo, de la bofetada que le dan al autor y a los profesionales de la editorial que lo publica. “Tu producto me resulta atractivo, pero no lo respeto lo suficiente para estar dispuesto a pagar por él”.

Este tema me recuerda la vieja asunción de que el artista trabaja gratis. Hace unos años me invitaron a participar en un programa de la extinta televisión valenciana. Iban a tratar el miedo y, al parecer, la autoría del análisis cinematográfico de Freaks/La parada de los monstruos me acreditaba como experta. Como las fechas coincidían con mi estancia en Valencia por vacaciones, acepté. En ningún momento se mencionó compensación económica alguna por mi tiempo ni la preparación necesaria. Recuerdo que en aquel momento pensé con cierta indignación que seguro que Belén Esteban no realizaba apariciones televisivas gratuitas. Lo mismo volvió a ocurrir más adelante con mi participación en programas radiofónicos y espero haber aprendido la lección. Como la chica de la ilustración, yo tampoco necesito publicidad, muchas gracias.


Sospecho que el público en general piensa que los escritores ganamos dinero a espuertas. La triste realidad es que, ahora y siempre, son muy escasos los autores que pueden (sobre)vivir de la escritura. Los artistas acaudalados, en cualquier disciplina, son la excepción que confirma esta triste regla. Casi todos nos dedicamos a otras labores en paralelo porque, como todo hijo de vecino, tenemos facturas que pagar. En mi caso, tengo la suerte de que me encante la enseñanza, porque los derechos combinados de mis cinco libros a la venta en este momento me deben proporcionar algo así como cien euros al año.

Así pues, tras la odisea que supone publicar, la ingenuidad y el entusiasmo de muchos de nosotros se ven empañados por la cruda realidad. Asumimos, en algunos casos, la posibilidad de no llegar a vivir de nuestro trabajo. Eso significa que los que disfrutan con nuestras historias tendrán que esperar bastante más para leerlas porque apenas podemos dedicarles tiempo. También puede significar que algunas de estas historias no lleguen jamás a materializarse por simple agotamiento del autor, que tiene que hacer malabarismos y escribir robándole horas al sueño. Otros acabarán tirando la toalla. Cuando alguien da mucho más de lo que recibe durante demasiado tiempo, termina marchitándose en cuerpo y alma.

Digamos que, como la mayoría de los autores, yo escribo para que me lean, y no para ganar dinero (aunque no estaría de más combinar ambas opciones). Hace años que vengo poniendo a disposición del público muchos de mis escritos, incluyendo populares artículos sobre cultura gótica o mi tesis sobre Tim Burton, seiscientas páginas a las que dediqué más de tres años de mi vida. Todo está a aquí y, salvo alguna escasísima excepción, nunca he ganado ni un céntimo por tantas horas de dedicación. No acaba de importarme porque yo misma me beneficio de esas maravillosas instituciones llamadas bibliotecas y otros materiales gratuitos.

Prefiero que me lean y perder dinero a que no me lean en absoluto. Y digo “perder” en lugar de “no ganar” porque el mismo acto de escribir supone una inversión importante, más allá del tiempo y el esfuerzo, como puedan ser viajes o la adquisición de libros y otros materiales ligados a la investigación y publicación.

Si una persona descarga una de mis novelas de forma ilegal, desde luego que apenas me va a afectar a corto plazo, pero si vamos sumando una tras otra, al final va a resultar en que mi editorial, independiente y valiente, tendrá que cerrar sus puertas. Como tantas otras.

Mi postura frente a esta llamada piratería es, pues, ambivalente. Por una parte, lo que más me interesa es que mis libros se lean y se disfruten. No me tiro de los pelos cuando los descubro en otra página de descargas ilegales, aunque no me haga ninguna gracia tampoco.

Por otra parte, no deja de resultar triste que haya tantos lectores que no se paren a considerar que el autor y los profesionales que han trabajado tan duro para que ellos puedan gozar de un producto bien hecho merecen algo a cambio de sus desvelos. He visto incluso un blog que ofrece descargas ilegales declarando que con ello “pretenden fomentar la literatura”. ¿En serio? ¿Negándoles una justa recompensa a los que la hacen posible? Curiosa forma de agradecimiento.

Para bien o para mal, en estos momentos la cultura se apoya en una industria que precisa de mecenas. Cuando compramos un libro nos convertimos en ese "protector de las artes y las letras" que contribuye a que el autor y la editorial puedan continuar proporcionándonos esas historias que tanto nos deleitan.


Como este devastador vídeo pone de manifiesto, el arte hace que la vida valga la pena ser vivida.



jueves, 4 de septiembre de 2014

¿Está muerto el e-reader?


Desde hace ya algún tiempo venimos escuchando sobre la posible y probable desaparición del lector de tinta electrónica. Ya desde el inicio del reinado de las tabletas (ahora ligeramente amenazado por una estabilización en sus ventas) se empezó a especular con que estas “matarían” al ereader, y el fracaso de los dispositivos Nook y la retirada total del mercado de los ebooks de Sony han intensificado esa impresión.

Sin embargo, Kobo no opina lo mismo, presentando la semana pasada su flamante nuevo lector, incluso resistente al agua. Obviamente, eso no significa nada en sí mismo, salvo que la compañía sigue apostando por la tinta electrónica y cree que todavía tiene futuro, pero me ha llamado la atención una de las afirmaciones que hacen en su nota de prensa [traducción libre]: “Estamos sobre todo interesados en la gente que pone los libros en el centro de sus vidas, qué es lo que quieren ver a continuación, qué es lo que les apasiona”. Lo que me transmite esta frase es que ellos, como yo, piensan que los lectores “de intensidad” prefieren los ereaders a las tabletas y quieren ofrecerles mejores opciones. Y también que estos lectores están dispuestos a invertir en aparatos que mejoren su expriencia de lectura, no tanto que le permitan desarrollar otras actividades.

En cualquier caso, como concluyen en esta entrada en el blog de nimbooks, sea cual sea la tecnología que prevalezca los lectores no tenemos de qué preocuparnos, los libros electrónicos seguirán estando aquí y tenemos lectura digital para rato.

Precisamente a raíz de este artículo se desencadenó un pequeño debate en nuestra página de Google+ que, aunque no es ni mucho menos representativo, refleja los distintos hábitos de los lectores y cómo cada uno leemos a nuestra manera dependiendo de nuestro estilo de vida y preferencias lectoras. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, que cada uno lea cómo y dónde quiera, pero que lea.