jueves, 11 de septiembre de 2014

La piratería (desde el punto de vista de un autor)


Cuando pagar por la cultura es asegurarse de que se continúa produciendo

Voy apenas a abordar un tema tan espinoso como complejo. Levanta ampollas y afecta a obras de distintos tipos (música, literatura, cine, programas informáticos, videojuegos, programas audiovisuales), pero aquí me voy a centrar sobre todo en mi (limitada) perspectiva y experiencia personal como escritora. No pretendo hablar por todos los artistas y profesionales ligados a las industrias mencionadas. Aunque no lo parezca, estoy tratando de ser breve.

Uno de los temas que mis alumnos de bachillerato tenían que considerar era la piratería. Ni ellos ni yo misma nos habíamos parado a considerar todas las implicaciones. La mayoría no creía que bajarse una canción o una película de Internet, algo tan habitual, supusiera un problema y reaccionaban de las formas más graciosas cuando empezaban a darse cuenta de por qué suponía un delito. Muchos de nosotros actuamos por mera ignorancia y hemos creado una cultura de no pagar por la cultura, inconscientes de las consecuencias fatales que eso acarrea.

El mes pasado me hicieron partícipe, a través de Facebook, de la lucha de una serie de autores cuyas obras (las mías incluidas) se estaban vendiendo a través de una página no autorizada. Una de las escritoras apuntaba además que el precio de venta que le habían puesto esos piratas a su novela era superior al precio por el que estaba disponible de forma legal en Amazon.


Según la UNESCO, la piratería consistía tradicionalmente en la reproducción y distribución no autorizadas, a escala comercial o con propósitos comerciales, de ejemplares físicos de obras protegidas. No obstante, el rápido desarrollo de Internet y la utilización masiva en línea, no autorizada, de contenidos protegidos, en la que con frecuencia no existe el elemento “comercial”, han suscitado un intenso debate. La cuestión acerca de si dicho uso es un acto de “piratería” y si se debe abordar de la misma manera que la piratería tradicional, constituye el eje del debate actual sobre el derecho de autor. Están surgiendo distintos puntos de vista, a menudo divergentes, y las respuestas a la cuestión difieren de un país a otro.

Hay quien se resiste con toda razón al término "piratería" porque resulta discutible que “te roben algo”. Si alguien me roba la cartera, me quedo sin ella, lo que no ocurre si alguien se descarga mis libros de forma ilegal. Tampoco quiere decir que haya perdido una venta, pues esa persona puede que jamás hubiera pagado por mi novela. Sinerrata, además, se separa de aquellas estrategias editoriales que pretenden combatir este fenómeno con sistemas de protección (de muy dudosa eficacia) que criminalizan al usuario con el empleo de DRM, por poner un ejemplo. 

En busca del mecenas perdido

El lector medio desconoce la cantidad de trabajo que se encuentra detrás de un libro. Yo tampoco lo sospechaba antes de empezar publicar. Para el escritor, se trata de meses de dedicación (dos-tres años largos por novela, en mi caso). A eso se le añade la labor del editor, correctores varios, portadista, maquetador… En este magnífico artículo, el escritor Javier Pellicer lo explica muy bien. Este es un trabajo que existe con independencia de que se trate de un libro en papel o en formato digital. Puedo asegurar que sinerrata, la editorial que ha publicado tres de mis novelas, se ha esforzado al máximo para proporcionar libros electrónicos cuidados en extremo y a un precio más que razonable.

¿Es una cuestión de precio? Mis novelas se venden a menos de cinco euros. Como lectora, diría que es un precio más que ajustado por las horas de entretenimiento que proporcionan. Me alegra mucho que el catálogo de sinerrata se ofrezca de forma gratuita a través de la plataforma 24symbols, de modo que quien desee leerlo no se encuentra en posesión de una excusa válida para delinquir. Como señalaba, muchos de nosotros actuamos por puro desconocimiento. No creo que el lector medio tenga conciencia de lo que supone descargar ilegalmente un libro en lugar de comprarlo, de la bofetada que le dan al autor y a los profesionales de la editorial que lo publica. “Tu producto me resulta atractivo, pero no lo respeto lo suficiente para estar dispuesto a pagar por él”.

Este tema me recuerda la vieja asunción de que el artista trabaja gratis. Hace unos años me invitaron a participar en un programa de la extinta televisión valenciana. Iban a tratar el miedo y, al parecer, la autoría del análisis cinematográfico de Freaks/La parada de los monstruos me acreditaba como experta. Como las fechas coincidían con mi estancia en Valencia por vacaciones, acepté. En ningún momento se mencionó compensación económica alguna por mi tiempo ni la preparación necesaria. Recuerdo que en aquel momento pensé con cierta indignación que seguro que Belén Esteban no realizaba apariciones televisivas gratuitas. Lo mismo volvió a ocurrir más adelante con mi participación en programas radiofónicos y espero haber aprendido la lección. Como la chica de la ilustración, yo tampoco necesito publicidad, muchas gracias.


Sospecho que el público en general piensa que los escritores ganamos dinero a espuertas. La triste realidad es que, ahora y siempre, son muy escasos los autores que pueden (sobre)vivir de la escritura. Los artistas acaudalados, en cualquier disciplina, son la excepción que confirma esta triste regla. Casi todos nos dedicamos a otras labores en paralelo porque, como todo hijo de vecino, tenemos facturas que pagar. En mi caso, tengo la suerte de que me encante la enseñanza, porque los derechos combinados de mis cinco libros a la venta en este momento me deben proporcionar algo así como cien euros al año.

Así pues, tras la odisea que supone publicar, la ingenuidad y el entusiasmo de muchos de nosotros se ven empañados por la cruda realidad. Asumimos, en algunos casos, la posibilidad de no llegar a vivir de nuestro trabajo. Eso significa que los que disfrutan con nuestras historias tendrán que esperar bastante más para leerlas porque apenas podemos dedicarles tiempo. También puede significar que algunas de estas historias no lleguen jamás a materializarse por simple agotamiento del autor, que tiene que hacer malabarismos y escribir robándole horas al sueño. Otros acabarán tirando la toalla. Cuando alguien da mucho más de lo que recibe durante demasiado tiempo, termina marchitándose en cuerpo y alma.

Digamos que, como la mayoría de los autores, yo escribo para que me lean, y no para ganar dinero (aunque no estaría de más combinar ambas opciones). Hace años que vengo poniendo a disposición del público muchos de mis escritos, incluyendo populares artículos sobre cultura gótica o mi tesis sobre Tim Burton, seiscientas páginas a las que dediqué más de tres años de mi vida. Todo está a aquí y, salvo alguna escasísima excepción, nunca he ganado ni un céntimo por tantas horas de dedicación. No acaba de importarme porque yo misma me beneficio de esas maravillosas instituciones llamadas bibliotecas y otros materiales gratuitos.

Prefiero que me lean y perder dinero a que no me lean en absoluto. Y digo “perder” en lugar de “no ganar” porque el mismo acto de escribir supone una inversión importante, más allá del tiempo y el esfuerzo, como puedan ser viajes o la adquisición de libros y otros materiales ligados a la investigación y publicación.

Si una persona descarga una de mis novelas de forma ilegal, desde luego que apenas me va a afectar a corto plazo, pero si vamos sumando una tras otra, al final va a resultar en que mi editorial, independiente y valiente, tendrá que cerrar sus puertas. Como tantas otras.

Mi postura frente a esta llamada piratería es, pues, ambivalente. Por una parte, lo que más me interesa es que mis libros se lean y se disfruten. No me tiro de los pelos cuando los descubro en otra página de descargas ilegales, aunque no me haga ninguna gracia tampoco.

Por otra parte, no deja de resultar triste que haya tantos lectores que no se paren a considerar que el autor y los profesionales que han trabajado tan duro para que ellos puedan gozar de un producto bien hecho merecen algo a cambio de sus desvelos. He visto incluso un blog que ofrece descargas ilegales declarando que con ello “pretenden fomentar la literatura”. ¿En serio? ¿Negándoles una justa recompensa a los que la hacen posible? Curiosa forma de agradecimiento.

Para bien o para mal, en estos momentos la cultura se apoya en una industria que precisa de mecenas. Cuando compramos un libro nos convertimos en ese "protector de las artes y las letras" que contribuye a que el autor y la editorial puedan continuar proporcionándonos esas historias que tanto nos deleitan.


Como este devastador vídeo pone de manifiesto, el arte hace que la vida valga la pena ser vivida.



8 comentarios:

  1. Buen post sobre piratería, nada exaltado... como suele pasar cuando se toca este asunto. Estoy de acuerdo con la mayoría de lo que dices, pero sí noto una incoherencia. Te gustaría ganar más dinero e intuyo que te encantaría ganarte la vida exclusivamente de escribir y vender libros... pero rechazas la publicidad. Tal vez tengas algún prejuicio o alguna creencia en contra de la publicidad, pero si es así ¿no crees que te estás saboteando a ti misma sin darte cuenta? No toda la publicidad consiste en poner anuncios, o pedir a la gente que compre tus libros. Hay formas de vender libros que no implican hacer publicidad, sino marketing... que no es lo mismo, ni muchísimo menos. Se puede vender sin vender, por decirlo así. El problema es que si tienes prejuicios en ese sentido, no te acercarás a las diferentes maneras de hacerlo. Muchos artistas no se ganan la vida con su arte porque no quieren vender. Sin embargo, algunos señalan a los que sí venden como traidores al arte. Mundo de contradicciones, este en el que vivimos...

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  2. Muchas gracias por tu comentario, Alejandro.
    Veo que se ha producido un pequeño malentendido. Al decir que "no necesito publicidad", simplemente me hago eco de lo que señala la artista de la ilustración. Por poner un ejemplo, se dan muchos casos en los que se pide a músicos que toquen gratis en un local "a cambio de la publicidad". Imagino que esto se produce bien por simple por desconocimiento general de la profesión y de lo mucho que le ha costado a ese músico llegar adonde está a base de incontables horas de estudio o por pura cara dura. Ese músico, sobre todo cuando lleva un tiempo en el mundillo, no necesita publicidad: necesita poder comer.
    La publicidad, hacer visible la obra artística para el público, es algo indispensable y no tengo nada en contra de la mayoría de sus formas. Otro asunto muy diferente es la lucha personal del artista entre el deseo de crear y el impulso de esconderse. O el prejuicio que señala que lo comercial no tiene calidad artística. En mi opinión, ahí es cada uno el que debe recapacitar, observarse y realizar los ajustes necesarios a nivel personal.
    Y sí, vivimos en un mundo cargado de contradicciones y paradojas...

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  3. Pues me parece muy acertado tu artículo. Yo creo que si te gusta de verdad una obra acabas pagando por ella, yo lo he hecho, me he leído libros gratis y cuando me han gustado los he comprado, porque entiendo que sin pagar por ellos no podemos pretender que el autor siga escribiendo. Pero bueno, en este mundo hay de todo. Después tengo otra minúscula forma de contribuir que es difundir, que es lo que estoy haciendo con los libros ganados en el booktag de Sin Errata. Ya reseñé el de Carlos Laredo, y el tuyo lo tengo pendiente para cuando tenga tiempo. Lo de 24S no lo conocía y me parece interesante. Puedo leerme un par de capítulos de algo y si me engancha, comprarlo, y eso me parece una apuesta fuerte y arriesgada. Lo dicho, interesante post. Biquiños!

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    1. Muchas gracias por participar en el debate y por la muy necesaria labor de difusión, Cris.
      ¡Quedo a la espera de esa reseña!
      Un abrazo

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    2. Esa difusión que haces, Cris, es una contribución valiosísima para los autores y editoriales menos conocidas y desde aquí te lo agradecemos enormemente.

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  4. Hola Lucía. Acabo de descubrir este blog, y creo que puedo asegurarte que a partir de ya cuentas con una nueva lectora.

    Este artículo me ha parecido muy interesante, y aunque comparto la mayor parte de tus opiniones, no puedo quitarme de la cabeza la idea de que a veces ofrecer algo de forma gratuita, permite que la gente se acerque a un autor que no conocían y lea su obra (en las bibliotecas, por ejemplo, pero también como señala Cris Mandarica en un comentario anterior). Es posible que esos mismos lectures después vayan a la librería y adquieran ese libro, y tal vez otros del mismo autor/a, a los que a lo mejor nunca habrían accedido si no hubieran leído de forma gratuita (y casi por averiguar de qué iba) ese primer libro.

    ¡Muchas gracias por tu artículo!
    Carla

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    1. Muchas gracias, Carla.
      Desde luego que coincido con tu idea y ya mencionaba que el catálogo completo de sinerrata está en 24symbols, con lo todo el mundo puede acceder a él de forma gratuita. Personalmente, también pongo a disposición de cualquier interesado un montón de artículos y una tesis doctoral sin ánimo de lucro. Señalaba que prefiero que se me lea, aunque sea de "forma ilegal", a que no se me lea en absoluto, pero eso no quita que los autores no tengamos nuestro corazoncito y nos guste que nuestro trabajo se vea recompensado económicamente también (por no hablar de la supervivencia de las editoriales que hacen posible que los lectores tengan a su disposición productos de calidad). Se trata, como todo, de un equilibrio entre dar y recibir. Yo estoy a favor de dar, desde luego, pero para que la rueda siga moviéndose tiene que producirse movimiento en ambos sentidos.
      Un abrazo :)

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