martes, 23 de diciembre de 2014

Nuestras lecturas recomendadas


Llegadas estas fechas, cualquier medio que se precie publica su particular lista de mejores títulos del año o sus recomendaciones de lectura para estos días de asueto. Nosotros no queríamos ser menos y hemos preguntado a los autores de sinerrata por sus libros favoritos de todos los tiempos, para que así tengáis todavía más opciones entre las que escoger ese (auto) regalo que seguro que no falla.

Carlos Laredo ha disfrutado especialmente estos cinco títulos, todos leídos, nos dice, después del verano:
El jilguero, de Donna Tartt.
La liebre con ojos de ambar, de Edmund de Waal.
Postguerra, de Tony Judt.
Dimanches d’août, de Patrick Modiano.
El hotel New Hamshire, de John Yrving.

Maia Losch nos ofrece sus recomendaciones en varios géneros:
Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz, dentro del género autobiográfico e histórico.
Cumbres borrascosas, de Emile Bronte, en representación de los clásicos.
Pregúntale al polvo, de John Fante, escrita por un ex-convicto.
La vida ante sí, de Romain Gary, una novela fabulosa.
Una habitación propia, de Virginia Wolf, un ensayo para mujeres que desean ser escritoras.
La conciencia de las palabras, de Elías Canetti, otro ensayo, sobre la escritura en general.
El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, un ensayo filosófico-histórico sobre el hombre y la guerra.

José Morand, además, acompaña la lista con sus comentarios:
Canadá, de Richard Ford. Magnífica novela realista, muy bien contada; con esa manera de incidir en los detalles aparentemente insignificantes, tan típica de Ford, magnificándolos hasta niveles casi paradójicos.
Niveles de vida, de Julian Barnes. Un texto diverso, mitad ensayo histórico, mitad autobiografía; en el que para hablar de lo mismo (la pérdida de los seres amados) el autor recurre a reflexiones alegóricas, acerca de la necesidad del ser humano de elevarse para poder observarse en la distancia.
Botchan, de Natsume Soseki. Un libro muy divertido sobre un profesor torpe y despistado, un poco necio; un personaje quijotesco con el que no me ha costado sentirme identificado; contado con una extraordinaria economía de recursos y con la sensibilidad sutilísima de Soseki.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Un libro que habría que leer veinte veces antes de morirse; a mi modo de ver, parangonable, únicamente, con El proceso de Kafka... Si en El proceso aprendemos que todos estamos irremediablemente perdidos, en Pedro Páramo aprendemos que todos somos irremediablemente mezquinos y ruines, y difundimos de manera necesaria el infierno a nuestro alrededor.
Cegador, de Mircea Cartarescu. Un texto ilegible; como un mal sueño de quinientas páginas, en el que lo onírico lo impregna todo... Leerlo es como penetrar en un bosque espeso en el que las leyes son otras, desconocidas, misteriosas, absolutamente ilógicas. 

Las sugerencias de Fernando Roye son igual de atractivas aunque, como toca, algo inclinadas hacia la novela negra:
Tom Ripley, de Patricia Highsmith.
Cabaret Pompeya, de Andreu Martín.
Nuestros antepasados, de Italo Calvino.
Los incógnitos, de Carlos Ardohain.
El sombrero del cura, de Emilio de Marchi.

Lucía Solaz nos ofrece un listado muy completo y justificado:
Sputnik, mi amor, de Haruki Murakami. Llevaba al menos un par de años esperando en mi estantería. Cuando un autor es tan famoso, a veces soy reacia a leer sus obras. A pensar de los temas que toca, como la soledad y la imposibilidad de conectar de un modo profundo con otros seres, me resultó más intrigante que depresiva y me llamó la atención el empleo del lenguaje.
El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Publicado en 1943, más que un clásico infantil, se trata de un texto imprescindible para todas las edades. Es un placer volver a visitarlo y comprobar que siempre aporta algo nuevo y valioso.
Memorias de Idhún, de Laura Gallego. Le voy a regalar a mi sobrina de diez años el primer volumen de esta trilogía con la esperanza de que se enganche para siempre jamás a la lectura. Como dijo Albert Einstein, “Si quieres que un niño sea inteligente, léele cuentos de hadas. Si quieres que sea más inteligente, léele más cuentos de hadas”.
El caso de la mano perdida, de Fernando Roye. A pesar de no ser aficionada al género, de vez en cuando es saludable transitar otros pastos. He pasado un buen rato con una investigación que me llevó a sonreír por la dialéctica entre lo racional y lo irracional al modo del agente Ichabod Crane en el Sleepy Hollow de Tim Burton, además de revelarme un entorno tan desconocido como la vida en una casa cuartel a mediados del siglo veinte.
Tao Te King, atribuido a Lao Tse. El clásico chico que funda el taoísmo filosófico es breve, paradójico y lleno de sabiduría, un texto deliberadamente ambiguo que nunca falla a la hora de hacernos reflexionar.

Por si esto os parece poco, Javi de Ríos, articulista habitual de este blog, enlace especial con los medios y gestor de redes en la editorial, también ha querido aportar su granito de arena:
Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi.
Jim Botón y Lucas el Maquinista, de Michael Ende.
Cuentos escritos a máquina, de Gianni Rodari.
Relatos de lo inesperado, de Roald Dhal, (aunque incluyo más el autor que el libro).
1984 (también representando, en este caso, distopías como Fahrenheit 451 o Un mundo feliz).

Y ya para terminar, aquí van mis lecturas recomendas:
Mi familia y otros animales, de Gerard Durrell, porque ningún otro libro me ha hecho reír tanto, fuera la primera o la vigésima vez que lo leía.
La vieja sirena, de José Luís Sampedro, una de mis primeras lecturas “adultas”.
Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Judith Kerr, el primer libro-libro que recuerdo haber leído y que nunca me ha abandonado.
Ébano, de Ryszard Kapuściński, un ensayo imprescindible para conocer algo de África y sus complejidades.
La trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, por su combinación de mitología vasco-navarra y novela negra de calidad en español.

¿No os han entrado unas ganas tremendas de haceros con alguno de ellos (o varios, o todos) y poneros a leer inmediatamente? Porque a mí sí...

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