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jueves, 15 de diciembre de 2016

Ocho cosas que he aprendido como editora en una microeditorial

En estas fechas, a apenas 15 días para que se acabe el año, es muy habitual encontrarse con lo que yo llamo típicos listados navideños: listas-resumen de lo sucedido/publicado/estrenado… en el año a punto de finalizar. Aunque yo voy a extenderme algunos, bastantes, meses más, pues comenzamos nuestra andadura allá por 2012, estos días me ha dado por reflexionar acerca de lo que he aprendido y los retos que me he encontrado en este tiempo al frente de una editorial minúscula como sinerrata.
 
Antes de empezar a detallaros mi particular listado, quiero dejar claro que, como decía, es particular y se basa únicamente en mi experiencia personal. En ningún momento pretendo generalizar ni extender esta lista a otras editoriales, sean del tamaño que sean, ni implicar que otros editores vayan a encontrarse con las mismas, o siquiera parecidas, circunstancias. Otra aclaración: el orden es aleatorio.
 
  1. El significado de la palabra multitarea adquiere una nueva dimensión. Sobre todo si, como en muchas microeditoriales, el editor es también lector de manuscritos, corrector, coordinador editorial, responsable de marketing, contable, asesor fiscal, responsable de derechos, de relación con autores…
  2. El valor de tu tiempo se devalúa de forma inversamente proporcional a la cantidad que empleas en tu trabajo. En una editorial, más en una modesta, modestísima, como sinerrata, los números por regla general no salen con facilidad, por lo que el recurso más barato (tu propio tiempo y trabajo) es el que más usas. Y, además, siempre eres el último en cobrar: primero van los autores, colaboradores, suministros varios, impuestos…
  3. Los autores son nuestro bien más preciado. Para mí es como los productos de base en un buen restaurante, da igual que las luces del cartel sean las más luminosas, hagan anuncios en todas las guías del ocio y agencias de viaje y el cocinero jefe tenga más fama que Arguiñano, si los tomates no son buenos ningún cliente querrá repetir gazpacho.
  4. Cuanto mejor es la relación con el autor, y en sinerrata nos enorgullecemos de considerarlos parte activa de la familia, mejores son los resultados. El proceso de edición en sí mismo es más fácil y más eficiente, y el libro publicado, consecuencia de un trabajo en equipo coordinado y feliz, mantiene esas buenas vibraciones.
  5. Cuanto más se implica un autor en la publicación y, sobre todo, en la promoción de su libro, mejor funciona. No se trata de echar balones fuera ni de reducir gastos o esfuerzos de marketing por parte de la editorial, sino de una realidad: los lectores quieren conocer al autor de esa novela que les hizo o puede hacer soñar, no a su editor.
  6. Los manuscritos nunca paran de llegar, independientemente de si son de géneros que nunca hemos publicado, si tenemos abierta o no la recepción de originales o si hemos solicitado una temática en específico. Esto no es una queja, o no del todo, simplemente no deja de sorprenderme a pesar de los años pasados.
  7. Cuanto más pequeña es la editorial más alto hay que gritar y menos apoyo se recibe. Excepto contadas excepciones, te ignoran los medios, el gremio, los distribuidores, las plataformas, las tiendas. Los únicos que en este tiempo no nos han ignorado, y de hecho nos han ayudado siempre sin reservas, son los blogueros literarios, a los que estoy profundamente agradecida.
  8. Esto es un maratón, no un esprint. O, mejor dicho, un ultramaratón. Si hay alguien ahí que pretenda hacerse rico publicando libros, le recomiendo humilde y sinceramente que explore otras opciones. Las grandes editoriales se financian con los bestsellers, las pequeñas o muy pequeñas, con una resistencia fuera de todo criterio sensato. Y mucha, mucha ilusión.