Tengo que admitir que, a menudo, los discursos en defensa de la cultura (como negocio), normalmente por miembros del propio sector, me dan cierta pereza. Probablemente esté influenciada por ciertos prejuicios, pero he escuchado ya demasiados que básicamente se fundamentan en la queja y el lloro por lo mal que están las cosas para sus respectivos negocios (editoriales, librerías, cines, teatros…) y piden ayuda institucional en forma de ventajas fiscales y, la palabra mágica en nuestro país, subvenciones. Ojo, que no estoy diciendo que esto no pueda tener su utilidad, pero dudo, y mucho, que sean parte relevante de la solución. Por ejemplo, si una editorial no es rentable, da igual cuántas subvenciones reciba que seguirá sin serlo, aunque sin duda se prolongará su vida artificialmente mientras estas continúen. (En el caso contrario, me consta que hay determinadas obras de gran valor que nunca verían la luz si no fuera por contar con alguna ayuda, a la edición o a la traducción, porque su potencial comercial no lo permitiría.) En el caso concreto del libro electrónico, ya me habréis oído (o leído) pedir su equiparación con el impreso a nivel de IVA, pero en mi caso porque me parece no solo una injusticia que sea tratado de forma diferente tributariamente sino porque además creo que esa diferenciación contribuye a la impresión de que el ebook es un libro de segunda (si acaso es un libro); sin embargo nunca se me ocurrirá decir que por culpa de ese 21% la edición digital no arranca o mi editorial no sobrevive.
Es por eso que cuando leí esta entrada en el blog Viajero a Ítaca, me sentí totalmente identificada con el mensaje: defender la cultura como profesión digna y económicamente rentable. Creo que el caso de los creadores (escritores, artistas, intérpretes) es el peor, pero es común que los profesionales de la cultura en general, sea en el ámbito que sea, se consideren seres peculiares que trabajan por amor al arte y tiene derecho a cobrar algo por su trabajo pero no tanto a vivir de ello (exceptuando los grandes genios en cada disciplina, claro). Y es una vida dura, porque por muy vocacional que sea, es agotador luchar por el siguiente contrato, vender el siguiente cuadro, dar a conocer la siguiente novela…
Yo, como el viajero, también sueño con ayuda institucional, pero esa que promueve la lectura, las visitas a museos, al cine, al teatro… y dignifica a todos los que se dedican o quieren dedicarse a que todos seamos un poco más ricos, un poco más cultos.
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