Como ya os decía en la presentación de este blog, una vez tuve el sueño loco de publicar lo que otros han escrito, que no es más que una extensión de ese impulso que todos los lectores tenemos, o eso creo, de compartir con otros compañeros del vicio esa lectura que nos ha entusiasmado, conmovido, inspirado o sorprendido.
El oficio de publicador, que no de editor, que es tanto o más digno que este pero no al que nos referimos en esta entrada (adoptando la distinción que propone Jaume Balmes en su blog Carácter Digital, y que me parece bastante acertada), es tan bonito como complejo y, en el caso de las editoriales mínimas como sinerrata, solitario.
Hace unas semanas leía un artículo de Pere Sureda en El País sobre el oficio del editor (aquí yo diría publicador) del siglo XXI cuyo título, Ojo, oído, olfato y curiosidad, define muy bien lo que hacemos y cómo lo hacemos.
El ojo es fundamental para leer manuscrito tras manuscrito y discernir lo que encaja en la línea que te has propuesto, y que luego resulta ser más flexible y difusa de lo que en un principio pensabas. Es el olfato, entendido como intuición, pálpito o incluso flechazo, el que te guía hasta esa obra que crees debe ser leída y que, sueñas, transmitirá a los lectores la misma deliciosa sensación que a ti. El editor-publicador tiene también un oído fino y bien sintonizado a lo que se mueve a su alrededor, y a escuchar presto a aquellos por los que está verdaderamente en el oficio: escritores y lectores. Pero yo diría que la herramienta más importante de todas es la curiosidad, por conocer, por aprender, siempre por leer.
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