Desde luego que cada autor tiene
sus propias razones y métodos para escribir y entiendo los motivos de estas
ilustres figuras, pero para mí el amor no es algo que se pueda forzar de
ninguna manera y no tiene valor a no ser que se dé en libertad (por mucho que
ayude la poesía). En cuanto a la muerte, no recuerdo haberle tenido nunca
ningún miedo (otra cosa son las arañas) ni deseado por lo tanto ganarle la
batalla o trascenderla. La última razón mencionada por Saramago es la que
personalmente subscribiría: escribo para comprender, para entenderme a mí misma
y a los demás.
Pero fundamentalmente escribo
para poder dormir.
En la entrevista publicada en Libros.com mencionaba que Manuscrito en el tiempo
nació cuando, tras enviar la tesis a imprimir, me quedé suspendida en el limbo
frente a un abismal vacío. A ese momento de crisis respondí continuando con lo
que había sido mi rutina diaria durante meses: levantarme, ponerme frente al
ordenador, escribir todo el día. Fue así como surgió la historia de Kirstiane y
Derran, mis encantadores protagonistas medievales.
Toda la ficción que he escrito
hasta el momento parece surgir de una imagen que captura una situación y unos
personajes que me intrigan. La curiosidad me lleva a querer saber cómo han
llegado hasta ahí y qué es lo que va a pasar a continuación. Empiezo a
observarlos, a preguntarles, a seguirlos adonde me quieran conducir.
Cuando los personajes tienen sus propios planes
Al escribir intento básicamente describir
en palabras la película que se está proyectando en mi cabeza. Como decía, si no
lo hago, no puedo dormir.
La imagen que provocó Manuscrito en el tiempo, la noche de
bodas que abre la novela, determinó también la estructura no lineal de la
narración que más tarde quedaría justificada con la aparición de Andrea. A
partir de esa imagen inicial, los personajes van cobrando vida hasta
prácticamente independizarse. Se vuelven entonces extrañamente ajenos a mí:
mantienen conversaciones que me asaltan en cualquier momento sin tener la
decencia de preguntar si me viene bien. La ducha es uno de sus lugares
favoritos, pero también cualquier calle y medio de transporte. Aunque tengo
montones de libretas de notas, de alguna forma rara vez los llevo encima y
acabo empleando cualquier cosa para garabatear, en especial los márgenes de los
recibos de compra del supermercado o el mapa del metro. Y desde luego, no
tienen ningún reparo en aparecer cuando me acuesto. Les pido que me dejen tranquila,
que podemos seguir por la mañana, pero les da igual. Ignorarlos es inútil, está
bien comprobado, así que me tengo que levantar y escribir lo que sea que les
ocurra o me estén contando. Solo entonces obtengo permiso para caer felizmente
inconsciente.
Recuerdo haber tenido que abandonar
la cama en más de una ocasión durante la elaboración de Manuscrito en el tiempo. A veces, escribir a mano unas notas,
servía. Otras veces, era tal el bombardeo que no tenía más remedio que volver a
encender el ordenador y entonces pasaban las horas sin darme cuenta. Me
aficioné a escribir por la noche y llegó un momento que vivía como los vampiros.
Fue Nuala, personaje secundario
en la historia de Kirstiane, la que insistió en El retorno de los bardos. Yo no albergaba intención alguna de una
segunda parte y, de hecho, ya tenía otros proyectos bulléndome en la cabeza,
pero no hubo nada que pudiera hacer. Recuerdo con claridad cuando apareció inesperadamente
en medio de una clase de Tai chi anunciando “es que en realidad no soy así” y
proporcionándome varias imágenes que ilustraban su verdadera naturaleza. Intenté
empujarla de mi mente. “Vale, me parece muy bien. Ahora vete, que estoy
ocupada”. Pero no hubo forma. Traté de disuadirla, explicándole que no era por
ella, que contar su historia significaría también escribir las historias de
Andrea y Claire. Demasiado trabajo. Manuscrito
en el tiempo me había llevado varios años y no tenía ganas de pasar por lo
mismo. Nuala continuó persiguiéndome inmisericorde hasta que capitulé. Porque
si no duermo soy peor que un zombie.
Otra de las razones por las que
escribo es porque puede ser de lo más divertido. Normalmente tengo una idea
general de hacia dónde van la historia y los personajes, pero a menudo se
producen cambios inesperados que mantienen vivo mi interés. Me despierto por la
mañana contenta y excitada ante la perspectiva de pasar el día con mis
personajes.
Son como amigos imaginarios y,
aunque en ocasiones me importunen, solemos desarrollar relaciones de lo más
curiosas y satisfactorias. Tampoco existe jerarquía en una interacción basada
en el respeto y la igualdad. Aunque en cierto modo pueden considerarse producto
de mi imaginación, no son, para nada, marionetas sujetas a mis caprichos y sé
que las cosas fluyen mejor cuando no intento imponer ningún tipo de control
sobre ellos. Son amigos generosos también.
Cuando Amalia López, mi fantástica
editora, estaba leyendo Entre sombras,
señaló un momento en el que no acababa de comprender la reacción de Acacia, la
joven protagonista. “Tienes razón. A mí también me extrañó. Voy a preguntarle”,
le respondí. Amalia se rió. Yo le aseguré que era menos esquizofrénico de lo
que sonaba, aunque no sé si a estas alturas puedo convencer a nadie. En
cualquier caso, Acacia tuvo la amabilidad de explicarme el porqué de su
comportamiento, razones que incluí en la novela. Todos contentos.
Yo te bautizo…
Para finalizar, voy a compartir
el proceso de nombrar a los personajes, algo sobre lo que me han preguntado en
más de una ocasión. Los nombres son importantes y los elijo con cuidado. Muchas
veces, cuando empiezo a tomar notas sobre una nueva historia, los protagonistas
son todavía muy vagos y los distingo como X, Y, el chico, la mujer, el abogado,
etc. Cuando nos conocemos un poco más, les pregunto cómo se llaman o si están
conformes con el nombre que les he dado. No suele haber mayores conflictos y,
si alguna vez cambiamos de opinión, existe esa utilísima opción “buscar y
reemplazar” en el procesador de texto.
Deben ser acordes con la
historia, claro. Para Manuscrito en el
tiempo y El retorno de los bardos,
tuve que buscar un buen número de nombres con los que bautizar personajes y
lugares imaginarios. Algunos eran modificaciones de nombres ya existentes de
personas que conocía. Por ejemplo, el alemán Kristiane se convirtió en
Kirstiane y el inglés Darren en Derran, mientras Nuala, una encantadora niñita
pelirroja que había sido mi vecina en Irlanda, se quedó tal cual, pero
pronunciado en castellano (en lugar del “nuula” irlandés). Muchos nombres, sin embargo,
procedieron del diccionario: abría una página al azar y leía cualquiera de las
entradas al revés, hasta que daba con una que, con mayores o menores
modificaciones, sonara bien.
A la hora de bautizar a los
personajes secundarios, a menudo empleo amigos y personas que conozco (Rosa, Nuria,
Hisae...), lo que me ayuda a recordarlos. Para la historia de Claire tuve en
cuenta qué nombres estaban de moda en la época victoriana, incluyendo apellidos
y cuestiones de clase social. Edward Forrester es un homenaje al Edward Ferras
de Sentido y sensibilidad de Jane
Austen, mientras Claire Gordon está ligada a Lord Byron y cualquiera de mis
Alice procede de Alicia en el país de
las maravillas. Confieso que soy dada a las indulgencias literarias.
Busqué, claro está, nombres y
apellidos escoceses para Kyle y su familia, de igual modo que aparecen nombres
y apellidos propios de Cornualles en Entre
sombras. Acacia proviene del comentario casual y melancólico de una de mis
antiguas alumnas particulares, Saskia Taylor, sobre uno de los árboles de su
jardín, mientras Millie es el nombre de otra de mis antiguas alumnas, la vivaz Millie
(Amelia) McCarthy. En cuanto a los chicos, siempre me han gustado los nombres
de James y Eric. Suenan nobles y capaces de dedicarse a una causa digna. Enstel,
por el contrario, escogió su propio nombre, como me recuerda él mismo
contemplándome con una sonrisa socarrona mientras escribo esto.
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