jueves, 18 de julio de 2013

Vidas paralelas

Si un árbol se cae en medio del bosque y nadie lo oye, ¿hace ruido?
El otro día me dio por reflexionar sobre este viejo dilema filosófico. En mi juventud, cuando lo escuché por primera vez, mi respuesta hubiera sido un sí. Me chocaba incluso que alguien lo pusiera en duda, pues un hecho es un hecho independientemente de si tiene o no testigos.

Ahora mi opinión es otra.

Una vez me sorprendió comprobar la cantidad de películas de las que no era siquiera consciente (y no estoy hablando de un oscuro producto de la industria cinematográfica coreana, sino de obras con directores y actores bien conocidos que por lo que sea no han llegado a mis oídos). Si no veo una película, aunque exista potencialmente “ahí fuera”, no tiene ningún impacto en mi vida y, por lo tanto, no existe (para mí). Lo mismo se podría decir de libros, obras de arte, acontecimientos, personas, etc.

El asunto del árbol enlaza con cuestiones fascinantes acerca de la naturaleza de la realidad. ¿Existe una realidad objetiva? ¿Es posible un universo material “ahí afuera” si no hay seres conscientes de él? Hay quien puede decirme, evitando las implicaciones más trascendentales, que la respuesta dependerá de cómo definamos el sonido: el árbol no hace ruido cuando lo entendemos como la sensación producida en el oído por el movimiento del aire; sí lo hace cuando consideramos el sonido la vibración mecánica transmitida por un medio elástico.

En la carrera de Ciencias de la información vimos claramente que eso de la objetividad, periodística, documental, etc., no existe. Puede haber una intención, pero eso es todo. La misma lente de una cámara, un mecanismo no humano y por lo tanto potencialmente “objetivo”, produce en sí misma distorsiones, incluso con el empleo de un objetivo considerado normal y no un gran angular o teleobjetivo. Por no hablar de que la posición y el ángulo de cámara suponen decisiones que determinan el resultado, incluso cuando uno no lo pretende. Un movimiento de cámara, como bien puso de manifiesto Bernardo Bertolucci en Novecento, puede suponer toda una declaración de intenciones.

Ahora estoy por pensar que no existe nada fuera de nuestra percepción. Subjetivismo radical, imagino que podríamos llamarlo. Así lo expresó Kant: "Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros".

Volviendo al árbol, si nadie ha sido testigo de su caída (y eso incluye a todos los animalillos del bosque), no sólo no ha producido ningún ruido, sino que es posible que ni siquiera haya caído. Según la física cuántica, el comportamiento de un electrón cambia por el simple hecho de ser observado. Las propiedades de los objetos no están definidas, o no tienen por qué estarlo, mientras no los observamos. Cuando dejamos de observar un objeto, sus propiedades dejan de estar definidas, cesan de tener sentido. Los observadores somos, pues, parte esencial de la realidad.

Ya desde jovencita fui consciente de que las decisiones que tomamos, y son cientos de ellas cada día, limitan necesariamente nuestra vida. Si de todo un abanico de posibilidades nos tenemos que decir por una, eso significa negarnos la experiencia de explorar lo que las otras nos hubieran proporcionado.

De acuerdo con la teoría de los universos paralelos, la energía de esas otras opciones no desaparece, sino que abre nuevas vidas paralelas de las que no somos conscientes (y menos mal, ¡ya tenemos bastante haciéndonos cargo de una!). Así, no quedan caminos sin recorrer y no existe ninguna decisión que sea incorrecta. Podemos descansar con el conocimiento de que una parte de nosotros viajó a Australia, se casó con ese novio del instituto, aceptó ese trabajo, tuvo o no tuvo ese hijo, se hizo ese tatuaje, se rapó el pelo, estudió fontanería, vive en una isla paradisiaca…
Cuando estaba en el instituto y todos empezábamos a pensar en qué carrera estudiar, me encontré ante un dilema importante: me gustaban la literatura, la filosofía, las artes plásticas, la historia, la música, la psicología, la sociología… pero elegir una materia suponía decirles que no al resto, y eso era más de lo que podía soportar. Elegí finalmente la rama de Imagen visual y auditiva porque su currículum me proporcionaba todas esas materias que me encantaban, además de cine (y de regalo, unas cuantas como economía, tecnologías y derechos varios que no me interesaban para nada pero que en el mejor de los casos crearon "resistencia a la frustración").

Algunos llevamos más o menos conscientemente una vida que lucha contra esas limitaciones. Unas amigas y compañeras de carrera me dijeron en una ocasión que se me podía aplicar aquello de “¿por qué hacerlo fácil cuando se puede hacer difícil?” Nunca se me había ocurrido mirarlo así. Para mí se trata siempre de escoger el camino más satisfactorio, no el más fácil.

Sin embargo, es cierto que en ocasiones nos complicamos la vida innecesariamente. Ante cualquier problema, simplifica, como bien aconsejó un sabio.

La escritura es una forma de superar esas limitaciones, pensé el otro día, de expandir tus propias experiencias. Uno vive multitud de vidas leyendo, pero también escribiendo.

Escribir novelas me permite, por ejemplo, explorar esas opciones profesionales a las que tuve que renunciar. En Manuscrito en el tiempo, Andrea es una estudiante de Literatura, mientras Kyle se ha licenciado en Filosofía. Así me doy el gusto de quedarme un tiempo entre novelas, profundizar en una tradición literaria, la inglesa, de la que solo tenía un conocimiento superficial cuando empecé a investigar, y también de recrearme en visiones y dilemas morales. El tema de la naturaleza de la realidad, que me parece fundamental, es uno de los que discuten los protagonistas.

Otros personajes escogen su propio camino. Por ejemplo, cuando empecé a maquinar la historia que se convertiría en Entre sombras, Acacia iba a ser una estudiante de latín y griego en Londres. Fue ella la que decidió, por su cuenta y riesgo, estudiar arqueología y antropología en Oxford. Y a mí, madre indulgente, me pareció bien la idea. Lo cierto es que nos lo pasamos muy bien investigando el tipo de clases a las que iba a asistir, qué tipo de trabajo de campo iba a realizar y hasta qué menú sirven en el comedor de Magdalene College.

A menudo me preguntan cuánto hay de autobiográfico en mis novelas. La verdad es que, volviendo al tema con que abría esta entrega, no creo que exista nada ajeno a nuestra percepción. Todo es, pues, biográfico en alguna medida. Algunos personajes atraviesan vivencias similares a las mías, mientras otros exploran posibilidades que no llegaron a tomar forma. Algunos son versiones idealizadas de mí misma, mientras otros caen en errores que yo he logrado evitar (o eso quiero pensar) pero he observado en otros.

En mi cuarta novela los personajes han escogido sus profesiones de acuerdo con la época en la que viven. Así, he barajado mujeres piloto en la segunda guerra mundial, un economista y un abogado, psiquiatras y curas redichos. En la historia en la que trabajo ahora, contemporánea, he podido optar por algo más personal, como una música, una pintora y un arquitecto.

Los que me conocen personalmente me han confesado que me identifican con Andrea, pero yo siempre he creído que Kirstiane, el primer personaje que desarrollé, refleja más de mí (ignorando por un momento que no soy exactamente una princesa medieval, sino una princesa contemporánea – podéis preguntarle a mi familia). En mi cabeza, Andrea y yo no tenemos nada que ver físicamente y a mí jamás me encontraréis corriendo por el parque (a no ser que por alguna extraña ocurrencia debiera galopar para salvar mi vida y creo que ni por esas). Tampoco sufro tendencia a los accidentes, ni hablo varios idiomas, toco el piano o tengo encuentros con fantasmas encantadores. Y jamás he tenido un novio abusivo que minara mi confianza en mí misma como le ocurre con Miguel.

Hace unos días, una médica y amiga me comentaba que, de repente, había empezado a ver varios casos a su alrededor de lo que al parecer se denomina un “perverso narcisista” y que responde a la dinámica entre Miguel y Andrea. Hay lectores que me han dicho que mis novelas les han hecho pensar y reflexionar sobre varios temas. Si así es, y les ha ayudado en alguna medida, consideraré que esto de barajar una multiplicidad de vidas paralelas bien vale la pena.

2 comentarios:

  1. Hola Lucía.
    Estoy de acuerdo contigo en muchas cosas. Yo también escribo y me he sentido identificada en esa pregunta que nos hacen: ¿es autobiográfica la novela?
    Pues, en mi caso, la novela no es autobiográfica en cuanto a los acontecimientos, pero como dices, todo es biográfico de alguna manera. Yo soy una persona apegada a la tierra, que me he perdido muchas cosas quizás por falta de valentía y creo que debido a eso, modelo personajes que reflejan personalidades como la mía y otros completamente antagonistas, quizás los que algunas veces me hubiera gustado ser. Un día me dijo un amigo: tu novela no eres tú, pero es tu universo.
    Un placer leerte. Muy buena la entrada.

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  2. ¡Hola Mamen y muchas gracias por tu comentario!
    Al leerte me he acordado de lo que decía Thoreau en "Walden":
    "Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido".
    Leer y escribir están muy bien, pero la vida ha de ser vivida, al máximo y sin miedos :)
    Un abrazo,
    Lucía

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