“Para romper las reglas, primero hay que dominarlas”.
Y dominar las reglas no es algo que se aprenda intuitiva o espontáneamente. Vamos, al menos yo no conozco ningún caso.
En una entrevista reciente me pidieron “un consejo para aquellos que luchan día a día para hacerse un hueco en la literatura”. Cada autor tendrá, desde luego, su propio criterio. Mi respuesta fue la siguiente:
“Conoce a fondo tus herramientas (gramática, sintaxis, ortografía, vocabulario). Lee mucho y luego olvídalo todo hasta lograr encontrar tu propia voz. Desarrolla una gran tolerancia a la frustración. Recuerda que la vida rara vez sigue una línea recta y que lo principal es continuar con ánimo y determinación en la persecución de nuestros sueños”.
Hace algunos años leí un artículo donde se hablaba sobre “el mito del genio”. Uno de los ejemplos que daban era Mozart, al que siempre se ha considerado un niño prodigio y un compositor “favorecido por los dioses”, casi como si él no hubiera tenido que poner nada de su parte. Lo cierto es que su padre, Leopold Mozart, un muy ambicioso profesor de música, proyectó en sus hijos sus sueños no resueltos. Se concentró primero en su hija mayor, Nannerl, que se convertiría en una excelente música, y unos años más tarde en el pequeño Wolfgang, a quien por ser varón se le abrían vías que le estaban negadas a su hermana. Dudo que ninguno de los dos tuviera mucha elección. En el artículo señalaban que, más que de genio infantil, en realidad estábamos hablando de muchísima disciplina y horas de práctica.
Es de esperar que Mozart y Nannerl tuvieran una inclinación natural hacia la música, pero es evidente que no hubieran alcanzado la excelencia sin incontables horas de estudio. Personalmente y salvando las distancias, siempre preferí las humanidades, mientras que aprobar las matemáticas en el bachillerato supuso poco menos que una proeza. La afición e inclinación natural nunca quiso decir que no tuviera que tirarme mis horas estudiando para el examen de historia. Y la hora de escribir, me ocurre lo mismo: en cada novela invierto una media de dos años de trabajo.
La gramática inglesa es bastante más fácil que la castellana y algún iluminado tuvo en algún momento la idea de que los niños no necesitaban aprenderla. Como resultado, cualquier extranjero tiene mayor conocimiento gramatical que los nativos. Mis alumnos me miran con pasmo cuando les aseguro que también en inglés existen verbos irregulares y ¡hasta el subjuntivo! A lo largo de los años les he repetido temas como:
- No hay más remedio que aprender a conjugar los verbos. Todavía recuerdo cómo los machacábamos en el cole de pequeña. No por ser española aparecieron mágicamente en mi cabeza.
- El imperativo es difícil y la mayoría de los españoles no sabe cómo usarlo.
- No sé por qué es así. Cuando nací, el idioma ya estaba inventado.
El lenguaje (oral, escrito, gestual, musical, audiovisual, matemático, etc.) es una invención humana y cualquiera que pretenda emplearlo no tiene más remedio que aprender sus reglas. Y más todavía cuando aspiramos a usarlo de una forma profesional.
En mi opinión, uno debe aprender a escribir y luego practicar, practicar sin cesar, equivocarse, hacerlo mal, recapacitar y volver a empezar, manteniendo la mente y el corazón abiertos. Hay que continuar aprendiendo incluso (o con más razón) cuando ya se es un escritor publicado.
Darynda Jones, una escritora estadounidense superventas, muy divertida y sin pretensiones intelectuales, compartió recientemente sus “5 mitos sobre escritores” con unos puntos que voy a resumir:
- Para los buenos escritores, escribir es fácil. Se trata de lo opuesto. La escritura no se vuelve más fácil con el tiempo o el talento. Si te resulta fácil escribir, probablemente todavía estás aprendiendo el oficio, no has perfeccionado tu estilo o encontrado tu voz. Aún no has aprendido a analizar tu escritura con ojo crítico.
- Los escritores de verdad nacen sabiendo cómo escribir bien. Es algo natural para ellos. No. La escritura es un arte que se aprende. La buena escritura viene de la práctica. Necesitas practicar cada día. La escritura no es un capricho, es un hábito: adquiérelo. Escribe todos los días.
- Los personajes controlan la historia. Sólo escribo lo que me dicen. Hace que todo parezca mágico y sin esfuerzo, pero toda escritura supone un esfuerzo. Se puede tener un buen día en el que las palabras fluyen, pero incluso esas palabras hay que editarlas. Probablemente más de una vez.
- Los escritores de verdad escriben cuando les habla su musa. Los escritores de verdad escriben. Punto y final. La musa no viene a visitarte todos los días y no se puede entrar en el hábito de esperar a "estar de humor" para escribir. Los buenos escritores escriben todos los días aunque no estén de humor y luchan a través de la fatiga, el estrés y la duda.
- Escribirías un libro si tuvieras una muy buena idea. Si esperas a que la idea perfecta te golpee, vas a tener que esperar mucho tiempo. Las ideas están en todas partes. Lo que haces con esa idea es lo que importa.
Aquí tienes tu mantra: trasero en la silla, manos en las teclas. Escribe. Cada día.
Así expresa Darynda Jones, de modo claro y contundente, su filosofía. Si la reproduzco es sobre todo porque he escuchado a muchos decir que quieren escribir un libro, pero nunca llegan a hacerlo (a menudo por alguno de los motivos mencionados por Darynda). Las páginas, desde luego, no se llenan solas. Hace falta perseverancia y mucho, mucho trabajo.
Volviendo al título de esta entrada, no pretendo dar unas reglas que se ajusten a todos, pues no existen. El oficio de escribir es complejo (y no sólo porque en muchas ocasiones implique desnudar el alma). Hay que tener algo que expresar y también saber cómo y dónde.
Mientras algunos escritores se toman su trabajo con una disciplina de oficinista y siguen un horario de 9 a 5, o se imponen un número de páginas o de palabras diarias, yo prefiero no seguir ningún método y ser todo lo anárquica que puedo. Un día puedo escribir 14 horas y otro día dedicarme a la contemplación, que es buena para la afluencia de ideas. Eso me funciona. Tampoco trato de seguir una técnica, género ni estilo específico y me fastidian sobremanera las reglas y las categorías, pero sé que conocer nuestras herramientas y recursos nos proporciona libertad a la hora de jugar creativamente con ellos. Cada persona es única y creo que es fundamental que se conozca a sí misma, que sepa qué funciona para ella y qué no, sin que eso signifique cerrarse a probar cosas nuevas cada cierto tiempo.
A la hora de publicar, conviene también estar al tanto de las reglas del juego: cómo funciona el mercado editorial y qué posibilidades se nos presentan, cómo escribir una sinopsis atractiva y una carta de presentación que atrapen el interés del editor, qué se puede esperar desde el punto de vista del rendimiento económico…
Por suerte, para aquellos interesados existen multitud de manuales de estilo, diccionarios de dudas, volúmenes dedicados a cómo escribir novelas, ensayos, guiones… También Internet nos proporciona una cantidad invaluable de recursos. Se agradece la labor de autores que comparten su experiencia y su proceso creativo, no porque sólo exista uno o porque intenten aleccionar desde una posición de superioridad, sino porque pueden ayudar y orientar, sobre todo a aquellos que empiezan en el mundillo, pero también a los autores avezados. Aunque estemos en posesión de una sólida educación lingüística o hayamos publicado durante años, eso no quiere decir que lo sepamos todo o que no cometamos errores. Si nos negamos a ser humildes y abiertos sólo nos hacemos daño a nosotros mismos.
Javier Pellicer, por poner un buen ejemplo de estos generosos autores, está publicando una serie de artículos muy cuidados, pertinentes y excelentemente documentados que me permito recomendar: ¿Por qué las editoriales rechazan nuestras novelas? Causas y soluciones y Escritura empieza con “E” de estilo.
También Maia L. B. ha sido muy liberal compartiendo su proceso. Mis propias contribuciones, en este mismo blog, pueden encontrarse a través de estos enlaces.
Me puede la vena docente y me repito a mí misma en un punto que me parece fundamental: la mayoría hemos llegado a la escritura a través de un inmenso amor por la lectura, pero incluso si hemos devorado un millón de libros eso no significa que sepamos escribir de forma automática. A escribir se aprende escribiendo y para eso es necesario manejarse con el léxico, la construcción gramatical y la ortografía. Como les señalo a mis alumnos, no hay escapatoria: hablamos de los cimientos de las oraciones y, si estos cimientos no son sólidos, nuestra obra se desmoronará con la primera brisa. Por desgracia, he visto muchos aspirantes a escritores que intentan saltarse pasos.
No siempre tenemos un buen día y no todo lo que creamos mantiene el mismo nivel de calidad. Cualquiera que albergue sueños literarios hace bien en no tomarse a sí mismo demasiado en serio, pero lo que es seguro es que antes debe aprender a puntuar, a acentuar y a usar el bendito imperativo. Aunque geste las ideas más originales del mundo y urda tramas apasionantes, si su manuscrito no cumple los requisitos mínimos es dudoso que pase el primer filtro de una editorial.
Solemos contemplar el resultado final, el cuadro, el libro, la escultura, la interpretación, el poema, la danza, y a menudo pensamos que ha surgido casi por generación espontánea, sin considerar la cantidad brutal de trabajo que lo ha hecho posible. Como le escribió Mozart a su padre: “La gente comete un tremendo error cuando piensa que mi arte me ha llegado con facilidad… Nadie ha dedicado tantísimo tiempo y pensamiento a la composición como yo”.
Muy buen artículo, Lucía. Me gusta tu enfoque. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Maia :) Un abrazo a ti también.
ResponderEliminarHola, Lucía.
ResponderEliminarAcabo de leer tu artículo. Llegué a él a través del blog "La viga en mi ojo", de Javi de Ríos.
Muy interesante todo lo que dices y de sentido común. Haces muy bien en derribar mitos en torno a la escritura (hay tantos mitos que eliminar y no solo en este campo...). Yo soy uno de esos autores que está tratando de abrirse un hueco en el mundillo y sé lo que cuesta por la cantidad de negativas que he recibido hasta ahora por parte de editoriales y agencias literarias. Pero, al menos, una editorial ya ha mostrado interés en que les envíe mi obra para valorarla. Y una agencia, también.
Gracias por tu artículo.
Un saludo.
Muchas gracias por tu comentario, Alberto.
ResponderEliminarTe deseo todo lo mejor en la aventura de publicar y una buena dosis de ánimo y paciencia, que siempre nos vienen bien.
Comparto también un par de enlaces que pueden interesarte:
http://sinerrata.blogspot.co.uk/2012/09/el-escritor-el-rechazo-y-otros-reveses.html
http://www.hojaenblanco.com/el-sorprendente-asunto-de-los-manuscritos-rechazados
Un abrazo,
Lucía
Hola, Lucía.
EliminarGracias a ti de nuevo por los dos enlaces. Voy a entrar en ellos ahora mismo.
También te agradezco tus buenos deseos. Es cierto que se necesitan mucho ánimo y mucha paciencia si uno quiere publicar. Lo que tengo claro es que no hay que arrojar nunca la toalla y no perder jamás la ilusión por escribir (aunque nadie te haga caso en toda tu vida).
Un abrazo.
Hola otra vez, Lucía.
ResponderEliminarAcabo de leer los contenidos de los dos enlaces. Respecto a lo que comentas en el primero, estoy totalmente de acuerdo contigo.
En cuanto al artículo de Isacc, es alucinante y confirma, una vez más, lo extraño y caprichoso y complejo que es el mundo.
Un abrazo.
Pues eso, que hay mantener los ánimos como sea y no desesperar :)
EliminarEstoy completamente de acuerdo y las imágenes no hacen más que poner gráficamente lo que has dicho con tus palabras. Escribir cada día es importante, a veces nos encontramos con historias sencillas que te atrapan por la manera en la que están contadas. Biquiños!
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras e interés, Cris.
ResponderEliminarUn abrazo.